La vida sigue igual

 

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Era una época en que la muerte era la antesala del alma. Un nuevo nacimiento dónde el cuerpo físico restaba aquí y el alma a un plano abstracto. Dicho paso del alma estaba condicionado por el pecado y aunque no existían evidencias, algo denominado religión hacía que la gente tuviera fe en ello. Podría pensarse que se trataba de un tiempo actual y en ciertos aspectos si, solo que retrocediendo varios centenares de años hasta una era poco avanzada en todos los ámbitos que hoy día conocemos y vemos tan desarrollados.

Esta historia tiene lugar en la morada de un señor donde mientras personas de alrededor del mundo trataban de llevar nuestra civilización  a un eslabón superior, éste desarrollaba su labor de forma exclusiva, y nadie exceptuando el hecho de pensarlo o imaginarlo tal vez, había hecho jamás.

Las puertas del Más Allá eran objeto de curiosidad para Mr. X. No podía ser que la complejidad de la vida llegada a su fin se redujera en ir al cielo o al infierno. ¿Por qué nosotros? ¿La fauna vegetal y animal tenían el mismo destino? De ser así,  ¿dónde constaban sus pecados y quién o qué los regía? ¿Era la especie humana poseedora de algún don que la sometía a esta condición? Semejantes preguntas de cierta complejidad para la época serían resueltas con el empleo de dos aparatos cuya creación había sido tan meticulosamente estudiada que no cabía la posibilidad por mínima que fuera de errores en su ejecución.

-El regenerador de pulso cardíaco como su nombre indicaba, enviaba impulsos eléctricos al corazón en un tiempo intermitente. Dicho artilugio había sido probado en roedores pasando por mamíferos de mayor complejidad y por último en simios, con sus debidos fracasos y su rotundo éxito. Un temporizador regulaba el tiempo entre la descarga de impulsos.

-La cárcel de frecuencias se encargaría  de captar  cualquier estado de la materia y retenerlo. Porque aunque no había pruebas Mr. X creía que las variaciones en un medio no eran más que frecuencias.

Un mismo habitáculo hecho con paredes de cristal sería el sitio donde la operación se desarrollaría; y que consistía en morir, experimentar el estado del alma, revivir y que el alma regresara al cuerpo.

Mr. X sentado al borde de la cama tomó medio vaso de  de whisky, asió el regenerador colocándolo en el corazón, reajustó el temporizador y acto seguido se tumbó para inyectarse una sustancia que de forma pausada y sin dolor fue descendiendo los latidos de su corazón conduciéndolo a un sueño profundo.

La sensación de sometimiento a algo era un tanto angustiosa, más cuando en la sala vio un cuerpo inerte. Ignoraba cualquier vínculo. No por desconocimiento sino más bien porque la memoria no tenía lugar en su estado. Ahora era un ente incorpóreo que se desplazaba a voluntad. Miraba a través de los cristales de la habitación, quería salir pero una fuerza lo retenía. De repente una energía que percibió en el medio agitó aquel cuerpo y seguidamente una sobrecarga lo chamuscó haciendo lo mismo con la maquinaria. La sensación de cautividad se disipó. Libre de ir atravesó la sala y se dispuso a vagar por nuestro mundo en aquella nueva existencia, dentro de otros que son totalmente imperceptibles para nosotros.

Lo que puede decirse de esta historia sin albergar duda alguna es que Mr. X hubiera tenido éxito en su cometido de haber tenido en cuenta que después de morir, el alma, símil a una energía, interferiría con la reanimación de su cuerpo.

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